miércoles, 9 de febrero de 2011

ORFEO Y EURÍDICE: separación, pérdida, sufrimiento

La triste historia griega de Orfeo y Eurídice nos enseña el dolor agridulce de la aflicción y de la pérdida, y lo inevitable del final, a pesar de cualquier intento que hagamos por aferrarnos a lo que está pasando por nuestras vidas. Este mito no ofrece ninguna solución fácil sobre cómo enfrentarse a la pérdida, pero, ante todo, nos da la esperanza de que, al menos, seguimos vivos.
Orfeo de Tracia era famoso por hacer la música más dulce del mundo. No en vano era hijo de la musa Calíope y del rey tracio Oeagro. Hay quien asegura que es hijo del mismísimo Apolo. Con la áurea lira que el dios le había regalado tenía tal poder de seducción que, incluso, los feraces torrentes se quedaban inmóviles para escucharlo, las rocas y los árboles desenterraban sus raíces para oir su esquisita música y las fieras permanecían mansas cuando oían sus notas.
 Orfeo representado en un mosaico romano

Ganó el amor de la rubia Eurídice y vivió un matrimonio dulce y placentero ... pero corto. Paseaba por una verde pradera cuando una serpiente le mordió el tobillo. No hubo remedio posible que pudiera mantenerla en el reino de los vivos. Orfeo, golpeado por la aflicción, no dudó en seguirla hasta la tumba entonando notas tristísimas que conmovían profundamente los corazones de quienes contemplaban el cortejo fúnebre. La vida carecía de luz en ausencia de Eurídice. Así que su amado viudo decidió descender hasta las mismísimas puertar del Hades, el lugar adonde ningún mortal podía llegar hasta el día de su muerte y de donde, desde luego, jamás podía regresar, en busca de su amor perdido.
Tocaba Orfeo una música tan conmovedora que el barquero Caronte, encargado de transportar las almas de los muertos desde la orilla terrenal hasta la orilla de las tinieblas atravesando la laguna Estigia, se olvidó de comprobar si Orfeo llevaba bajo su lengua el óbolo con el que pagar su viaje. Sin más, el barquero atravesó las negras aguas transportando al sublime músico entonando embaucadoras melodías y llegó hasta los fríos reinos de Hades. Tan conmovedoras notas emitía su lira que las ferreas puertas de entrada a los Infiernos cedieron, y el guardián de tres cabezas, Cerbero, se quedó mansamente tranquilo. Tan fácilmente logró Orfeo penetrar en el mundo de las sombras. Por un momento, los condenados en el Tártaro se sintieron libres de sus tormentos e, incluso, el duro corazón de Hades, señor del inframundo, se ablandó. Orfeo se arrodilló ante él y le rogó con melodiosos cánticos que le permitiera a Eurídice regresar junto a él a la tierra de los vivos. Perséfone, esposa de Hades, susurró unas palabras en los oídos de su esposo y la lira de Orfeo dejó de emitir sonidos. Todas las estancias de los Infiernos quedaron en silencio para escuchar la decisión de Hades.
-¡Así será, Orfeo! Regresa al mundo superior. Eurídice te seguirá como tu sombra. Pero no te detengas, ni hables y, sobre todo, no mires hacia atrás hasta haber salido a la luz del día. Si contravienes mis órdenes, no volverás a ver su cara nunca más. Y ahora, vete sin demora, y cree que en tu camino silencioso no vas solo.
Orfeo y Eurídice, Rubens (Museo del Prado)

Orfeo, agradecido, dio la espalda al infernal matrimonio y se abrió paso entre las tenebrosas sombras en busca de la débil luz del sol. Atravesó salones silenciosos en donde sólo se escuchaba el eco de sus suaves pisadas. Cuando mayor era la claridad de la luz, más gana tenía de contemplar la imagen de su malograda esposa, pero mayor era la duda de creer que realmente lo acompañaba. ¿Y si Hades lo había engañado? ¿Y si Eurídice no camina tras él? No pudo remediarlo. Se dio la vuelta y, al instante, vio que desaparecía la blanca silueta de su esposa, con los brazos extendidos hacia él, muriendo por segunda vez. Los brazos de Orfeo intentaron atraparla, pero sólo tocaron aire, sombra, muerte.
 Orfeo guiando a Eurídice desde los infiernos, Camille Corot

En esta ocasión, las puertas del Infiernos permanecieron herméticamente cerradas para él. Y tuvo que regresar solo, inconsolable, al mundo terrenal. Por este suceso, durante muchos años el sol no brilló.
Con el tiempo, Orfeo se hizo sacerdote, para enseñar los misterios de la vida y de la muerte y predicar a los tracios lo terrible que era la práctica de los sacrificios humanos. Llevó la alegría y la esperanza a muchos por medio de su música. Pero jamás se curó de su desesperación, porque había perdido la única posibilidad de engañar a la muerte.
Se cuenta que su propia muerte fue violenta. El dios Dioniso estaba muy resentido de que un mortal recibiera honores que sólo estaban reservados a los dioses. Así que las locas seguidorea de Dioniso despedazaron los miembros de Orfeo, separaron brazos y pies de su cuerpo. Las Musas enterraron su cuerpo despedazado al pie del monte Olimpo, donde se dice que, incluso, hoy día los ruiseñores cantan más dulcemente que en cualquier otra parte del mundo.

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