miércoles, 30 de marzo de 2011

II. EDIPO: destierro y fin de sus días

Condenado a una vida errante, como el pobre ciego quisiera conocer su destino final, Edipo recurrió de nuevo al oráculo de Apolo, en Delfos, quien le comunicó que la redención de sus involuntarias culpas, cometidas contra la naturaleza, le llegaría en cuanto pisara la tierra de las Euménides, divinidades encargadas de vengar los crímenes que atentaban contra la familia, y éstas le concedieran cobijo. Este mensaje le dio consuelo y aliento para recorrer errante las tierras de Grecia, siempre acompañado por su hija Antígona.

Un día llegaron a un encantador paraje, poblado de árboles y de pájaros, no lejos de Atenas. Edipo se sentó en una roca. Al poco rato llegó un campesino y le ordenó que se levantara, que se encontraba en Colono, lugar sagrado en donde los atenienses veneraban a las Euménides. Edipo se dio cuenta al punto que había llegado el momento de su redención y se acercaba el final de sus días. Se arrojó al suelo y veneró a las Euménides pidiendo que le acogieran en aquel sagrado lugar para acabar sus días.
En este momento se acercó una mujer a caballo que llegaba de Tebas con noticias de Palacio. Era Ismene, quien, abrazándose a su padre, le contó que había surgido una disputa entre sus hermanos por motivo del trono. Polinices había tomado el primero el poder por ser el primogénito, no sin antes haber prometido a su hermano Etéocles que gobernarían ambos alternativamente. Pero Etéocles, no contento con esta promesa, había destronado a Polinices por la fuerza. Ismene le pidió a su padre regresar a Tebas para arreglar la desavenencia de los hijos. Pero Edipo, que conocía el desprecio que sentía sus hijos por él, contestó a su hija que jamás regresaría s su padria, pues la ambición de sus hijos era más fuerte que el amor que le profesaban.
Al terminar de hablar Edipo, apareció entre la multitud Teseo, el rey de Atenas, quien mantuvo un afectuoso coloquio con el ciego, al que le ofreció su protección. Poco después apareció también en el lugar Creonte acompañado de soldados para rogarle a Edipo que tornase a Tebas, aunque fuese por la fuerza. No hubo palabras que lo convencieran. En un último intento, Creonte raptó a las dos hijas, Antígona e Ismene, para forzar el regreso del padre. Pero Teseo las liberó y expulsó a los raptores.
Una nueva noticia se sucede: Polinices ha llegado a Atenas, al templo de Posidón, en actitud suplicante. Ya ante su ciego padre, se arrojó a sus pies y le suplicó que le ayudara a regresar a Tebas, que estaba sitiada, y a recuperar el trono. Edipo le contestó dirigiendo las cuencas vacía de sus ojos hacia el cielo: Mientras ocupabas el trono, me expulsaste de Tebas con estas ropas de mendigo y con este bastón. Ahora la desgracia ha caído sobre ti. Sólo te acuerdas de mí para que te restituya en el trono y arrojo del trono a tu hermano. Pues yo te digo que ni tú ni tu hermano gobernaréis más en Tebas, ya que la venganza de los dioses se ciernes sobre vosotros. Moriréis los dos en una lucha cuerpo a cuerpo y tú yacerás sobre la sangre de tu hermano y tu hermano sobre la tuya.

Al oir esto, Antígona abrazó a Polinices y, aterrorizada exclamó: Hermano, saca tu ejército del sitio de Tebas y no luches contra tu propio hermano, contra tu propio pais. Él respondió: Jamás. No quiero soportar la vergüenza de una retirada. Mi hermano y yo jamás nos reconciliaremos. Somos enemigos. De este modo acabaron su vida los dos hermanos.

Resuelto a morir, Edipo llamó a Teseo para que lo acompañara al bosque de las Euménides. El cielo tronaba mientras ambos se acercaban a una cueva, cuya boca estaba revestida de bronce y de la que se decía que era una de las bocas del Hades. La comitiva se detuvo mientras Edipo y Teseo llegaban a la entrada de la cueva. El ciego se quitó el cinturón de la túnica y pidió agua a sus hijas. Se purificó con ella, cambió su vestimenta de mendigo por una nueva y se abrazó a sus hijas mientras sonaba un ensordecedor trueno: era la voz del dios que le llamaba. Todos se retiraron sin volver la vista atrás. Sólo lo miraba Teseo. Cuando, al cabo de un rato, la comitiva volvieron la vista atrás, sólo vieron a Teseo, quieto, en medio de un extraño ambiente, como si el abismo se hubiera tragado silensiosamente a Edipo, poniendo fin a tanta desventura y sufrimiento. A continuación vieron cómo Edipo levantaba los brazos al cielo invocando a los dioses inmortales.
Después, el rey, silencioso, abrazó a Ismene y Antígona y las condujo a Atenas, en donde les ofreció cobijo y protección.

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